La semana pasada hubo un acontecimiento feliz y sorprendente. Nuestra querida Chita, la que llevamos hace dos meses a buscar novio, alumbró lo que creímos en un principio que eran 4 cachorritos. La pobre estaba super-hiper-gorda. Y la cosa no paró ahí. Cada vez que íbamos a mirar, había uno o dos más. Así ¡hasta 10!
Como decía una prima nuestra, aquello parecía un hormiguero. No dábamos crédito, porque Chita, aparte de ser joven, es pequeña. Pero llegaron todos vivos a este mundo, y de una talla razonable. Aunque demasiados para ella… y para cualquiera, así que, de forma no-natural, pero muy humana, la dejaron con 4 perritas (a buen entendedor…).
Esto fue el pasado miércoles. Aparentemente todo iba bien. Chita comía, estaba débil (¡normal!), pero defendía con uñas y dientes a sus pequeñas. Pero el viernes por la noche, algo pasó. Después de comer, empezó como a querer vomitar, y… bueno, Chita nos dejó de repente. A nosotros y a sus 4 pequeñas.
Fue un shock para todos. Pero no había tiempo para duelos, había que actuar rápidamente. Y así se hizo. Conclusión, entre mi prima y yo hacemos de mamás de estas cuatro preciosidades. De día, las vecinitas nos echan una mano con los biberones.
Y así, tenemos que darle el biberón a 4 criaturitas huérfanas, cada 3 horas. Son como un reloj. Después del biberón hay que estimularles la tripita y el culete para que hagan pis y caca (que hacen religiosamente) y luego duermen como lo que son, bebés.
Tienen por los lados de la caja un par de saquitos de semillas que se calientan en el microondas y una botella de agua caliente. Luego el pañal (siempre hay pérdidas) y la mantita.
Pues eso, que estaré unas 3 semanas con el sueño cambiado, ojeras, la bata llena de leche y limpiando cuatro culitos.
Cosas de la vida. Madre y perra a los 50…